lunes, 2 de junio de 2008

El sentido de la amistad

Del Libro: EL SENTIDO DE LA VIDA
JHON ALEXANDER MACKAY


No hay palabra más sagrada que la de amigo; no hay relación más espiritual y sublime que la amistad.

La relación entre amigos es más elevada que la entre hermanos, novios o esposos, ya que hay muchos hermanos, novios o esposos que no son amigos. Es harto frecuente que los hermanos sólo se toleren, que un interés mezquino vincule a los novios, que los esposos no tengan mas en común que la casa que habitan. Pero cuando a la tolerancia fraternal, a la exaltación del noviazgo, a la vida rutinaria del matrimonio se le infunde el sentido de la amistad, estas relaciones se sublimizan, alcanzando con ello su más perfecta expresión.

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¿Cómo definir esta realidad superior? Ella consiste en la entrega reciproca de dos o más seres humanos, con la más alta confianza y los motivos más puros. Encontrar un amigo, una persona que tenga los mismos intereses que nosotros, cuyo temperamento sea distinto pero complementario del nuestro, de cuyo afecto y lealtad no nos quepa la menor duda, es el hallazgo más preciosos que nos pueda tocas en la vida. La amistad de tal persona constituye para todo aquel que tenga la felicidad de tenerla, un estimulo para el cumplimiento del deber cotidiano, un baluarte en las horas negras de tentación y duda, un consuelo en la desgracia y un blanco luminoso para el esfuerzo constante de la superación.

Entre los muchos méritos que podría señalarse en aquella novela maravillosa que es “Juan Cristóbal” de Romain Rolland, uno se destaca sobre todos: Es la apoteosis de la amistad. Cristóbal, figura tan épica en su grandeza como Brand, pero infinitamente más humana y cercana a nosotros que el héroe ibseniano, llegó a ser lo que fue, en virtud de los amigos o amigas que tuvo a lo largo de la senda de su vida. Hasta la hora crepuscular ellos siguieron viviendo en él. El tomo titulado “La Mañana”, que describe la mocedad de Juan Cristóbal, contiene un mensaje precioso en que se nos pinta en cálidos colores la emoción del niño solitario, al encontrar por primera vez un amigo de su edad. Después de un día pasado en paseos por el campo con su nuevo amigo, Otto Diener, Cristóbal volvió solo a casa, ya de noche. Su corazón iba cantando: “¡Tengo un amigo! ¡Tengo un amigo! No veía, ni oía nada, caíase de sueño, y se quedó dormido apenas se acostó. Pero dos o tres veces le despertó durante la noche una idea fija. Repetía: ¡Tengo un amigo!, y se quedaba nuevamente dormido”.

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Siendo la experiencia dela amistad de un valor espiritual incalculable, causa hondo pesar y hasta ira el encontrar tantas parodias que llevan su sagrado nombre.

La primera parodia de la amistad es la que un escritor chileno ha denominado “Amistad Tabernaria”. Se refería a los encuentros casuales o a las citas que se dan por grupos de conocidos, en las tabernas, clubs, cafés, cabarets u otros lugares de reunión pública. No existe más lazo entre los amigos “tabernarios” que el deseo común de matar el tiempo, de tomar unas copas, de contar chistes un tanto vidriosos, de maldecir al prójimo, de hacer la farra. Ellos no se conocen íntimamente; hasta tienen temor de descubrirse unos a otros. Apenas se conocen a sí mismos. Todos llevan disfraces, para que los compañeros no vean sus facciones. “Todo el mundo es máscara y todo el año es carnaval”, pudo de titulo Mariano José de Larra a una famosa sátira suya. Esta frase encuadra bien al modo de ser e ideales de los amigos “tabernarios”: al llegar uno de ellos a estar en un trance difícil, no va donde sus compadres carnavalescos para pedirles auxilio o consejo, pues sabe bien que sería contraproducente hacerlo. Desde el día en que alguno no tenga nada con que contribuir a la farra, los demás le harán el vacío. ¡Que vaya a bailar a otra parte!.

A otra parodia de la parodia de la amistad podría dársele el nombre de “Amistad Utilitaria”. Es la de aquellos para quienes todo “amigo” es una conveniencia, un medio actual o potencial de fomentar sus intereses. Para ellos, la vida, aun lo más sagrado que tiene, se reduce a una especie de pesca, la pesca de favores, honores, puestos, ganancias. Y como el modo más rápido y seguro de poder alcanzar todos estos objetos es contar con el apoyo de “amigos de influencia”, ellos se dedican a buscarse amistades, valiéndose para ello de todos los resortes a su alcance. “Uno tendrá que hallarse mas parado, para acudir a un amigo”, decía un refrán griego. Los amigos utilitarios cumplen a perfección el espíritu de éste, ya que buscan amigos no por la necesidad espiritual de tenerlos, sino por el afán material de explotarlos. En cuanto a estos amigos por alguna circunstancia, no pueden o no quieren servir más los intereses de quienes les han profesado tanta amistad, estos los hostilizan o los borran de su memoria.

Va siendo la amistad utilitaria una amenaza de la moralidad publica. Se reparten los puestos no en virtud de los méritos personales de los aspirantes a ellos, sino del numero de “amigos” que éstos tengan. Ha menester que haya normas tan objetivas e impersonales para la provisión de empleos públicos, que sólo los consigan quienes tengan verdadera capacidad y vocación para ellos. En todo caso no debe invocarse nunca el sagrado nombre de la amistad para la concesión de puestos o privilegios a quienes no los merezcan por sus propias virtudes.

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La amistad, es decir, la amistad verdadera, supone el cumplimiento de ciertos postulados. El primero de ellos es que quien quiera conseguir amigos de alma, ha de empezar por despojarse de toda máscara.

La vida en las grandes urbes es algo así como un baile de enmascarados. Los mismos que se codean todos los días, rara vez se conocen. Es que todos llevan una máscara de alguna especie. Unos visten máscaras del ceñudo funcionario, otros la del hombre de negocios, que no se desocupa sino para decir lo ocupado que está, otros todavía la del galante hombre de mundo, especializado en convencionalismos y desdeñoso de toda preocupación superior, en tanto que una porción grande de personas ocultan su verdadero ser tras la máscara de una melancolía morbosa y hostil, producto de los desengaños y del aislamiento espiritual. Entre enmascarados no hay amistad posible. Si ellos sienten ansias de amigos, tendrán que quitarse la máscara e ir en busca de espíritus congéneres que han hecho lo propio.

Pero ¿Dónde? Y ¿Cómo quitarse la máscara postiza?. El lugar más propicio para hacerlo es en el seno de la naturaleza. ¡Que los enmascarados salgan de la ciudad rumbo a las sierras, o la pampa o la orilla del mar! ¡Que vayan donde no los alcancen ni las voces lisonjeras ni las maldicientes, donde los convencionalismos urbanos nada pinten, donde la desnudez de la naturaleza invite a las almas a desnudarse, donde les ofrezcan su amistad sincera multitud de seres silvestres y donde apague la nueva sed de realidad la brisa henchida de aromas y la visión de lejanos horizontes matizados por la faz cambiante del cielo!. El contacto con la Naturaleza nos descubre a nosotros mismos y nos prepara para la amistad.

Quien haya asistido a uno de los campamentos que organiza en diversos parajes del continente sudamericano la Asociación Cristiana de Jóvenes, no lo olvidará jamás. Llega un tropel de enmascarados urbanos a la playa de Piriápoles, o a las sierras de la Ventana, o Angol, en el Chile Austral, o a Chosica, a orillas del Rímac peruano. Al primero o segundo día de llegar se oye a uno decir: “Pues yo no me conozco aquí”. Sus compañeros no le conocen tampoco. Junto con la indumentaria convencional de la ciudad, se ha desvestido también de muchas prendas mentales, los prejuicios, los aires de “snob”, el espíritu criticón, la tendencia a reprimir sus emociones y otras mas que le han incapacitado para el trato amistoso. La hermosura del paraje y el ambiente tan expansivo y fraternal del campamento se han apoderado de él. Se siente otra vez niño y ahora canta, grita y juega con toda la espontaneidad de la niñez. Dirá más tarde, en la noche llamada del “corazón abierto”, cuando todos los acampantes, reunidos bajo las estrellas en torno de un gran fogón, cuentan, en vísperas de la despedida, sus impresiones de los días pasados juntos, dirá que, por primera vez en la vida, ha sabido lo que es la amistad. Pasados algunos años, volverá otra vez al mismo lugar sagrado y contara a un nuevo grupo de acampantes, reunidos en torno del fuego simbólico, como encontró en un campamento anterior a los mejores amigos de su vida.

Un segundo postulado de la amistad es el cultivo de intereses comunes. Queda sobrentendido que tales intereses sean de carácter puro y elevado. Pero dentro de esta categoría hay infinidad de intereses que tienden a crear una atmósfera propicia para la formación y el cultivo de amistades. Podrían mencionarse los juegos recreativos, las caminatas y excursiones campestres, un entusiasmo mutuo por la artes o las letras.

Mucho más eficaz, sin embargo, para crear una amistad a toda prueba, es la consagración por parte de dos o más personas a una causa común. Porque hay que reconocer que la amistad es como la felicidad: Se alcanza no cuando se piensa en ella como fin supremo, sino colaborando en algún objetivo totalmente ajeno al interés egoísta. No hay amistad comparada a la de aquellos que llevan una vida abnegada, dedicados por entero a la propagación de ideas que creen de valor trascendental para el bienestar humano, o la de aquellos otros cuya vida se funde en algún esfuerzo altruista destinado a mejorar la vida de sus semejantes. Si éstos llegaren acaso a sufrir por sus ideales, su amistad se purificara más aun. El vendaval solo conseguirá que los verdaderos amigos echen raíces más hondas, entrelazándose sus raicillas en el suelo del amor eterno.

Cuando sientas, lector, hastío por el placer y asco por la deslealtad de amigos que no lo eran, cuando el alma llore su condición solitaria y tenga ansias de amor y amistad, búscate una causa noble con que vincularte. Hallándola y dedicándote a ella, encontraras en la senda del servicio altruista la tan ansiada amistad.

El tercer postulado es la lealtad absoluta por parte de los amigos. ¡Cuán a menudo se ha visto deshacerse una amistad de muchos años porque uno de los amigos ha prestado oídos a algún chismógrafo mal intencionado! El chisme es el verdugo de la amistad ingenua. Ningún amigo debería creer chismes acerca de otro; lo que corresponde como amigo es obtener la aclaración necesaria de la boca misma de aquel que ha merecido siempre su afecto y confianza. Así lo reclama la lealtad y así lo harán los amigos leales.

Y estos harán otra cosa también. Si llegaren a observas en un amigo algún rasgo o gesto poco honroso, se sentirán en el deber de llamarle la atención sobre ello. La amistad verdadera puede vivir tan solo a base de la lealtad y respeto mutuo en todas las relaciones de los amigos. Hay ocasiones en las que uno tiene que estar dispuesto a sacrificar la misma amistad de otro en aras de la verdad. El amigo que no aguante la critica amistosa, lo mismo que el que no se atreva a hacerlo en caso necesario, son igualmente desleales al ideal de la amistad. Hay veces en que la prueba más grande de la amistad esta en aceptar el riesgo de perderla en nombre de la amistad misma.

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Si bien la amistad tiene postulados, impone asimismo responsabilidades. El que ha experimentado este goce indecible esta obligado a tener un trato amistoso para con todos los demás. Una amistad superior se sublimiza cuando los amigos se esfuerzan por penetrar con el espíritu de ella todo ambiente en donde se mueva. La amistad no debe hacernos egoístas. Alguien ha dicho que “un amigo es el primero que entra después que todo el mundo ha abandonado la casa”. Cruza el umbral y mira hacia adentro. Un ser sentado en medio de una soledad pavorosa mira de reojo al intruso. Pero éste, no con aire de protector, sino con la sonrisa cándida de amigo, la que desarma toda suspicacia y da confianza del corazón, estrecha la mano al solitario. He aquí que viene no para sacarle nada, sino para ofrecerle todo: Su amistad. Vuelve a brillar el sol, un sol primaveral, sobre el páramo helado de un corazón. Sobreviene el deshielo y tras él, el verdor de la esperanza que retoña... “¡Tengo un amigo! ¡Tengo un amigo!”. Un mundo amistoso, el único en que la paz y la justicia tendrá hondas raíces, vendrá tan solo como los amigos transmitan a los demás el espíritu de su amistad.

Y ¿Cómo trasmitirlas? Ya se ha mencionado un modo de hacerlo. He aquí otro. El acto más amistoso que se puede hacer, el que acaso contribuye más que otro al advenimiento de la amistad universal, es ofrecer el ejemplo de una bondad que ni la misma gratitud sea capaz de marchitar. ¡Hay tantas almas que buscan ansiosas la manifestación viva de un ideal que le abrase el corazón! ¿Cómo no los ha de impresionar un espíritu amistoso que en nombre de la amistad se sacrifique... por lo mismo que le tienen enemistad? De la amistad sin fronteras el símbolo mas alto es una Cruz, una Cruz que proclama que hay que tratar a los enemigos como si fuesen amigos, abonando la amistad con el sacrificio, para que el odio desaparezca de la tierra. Compenetrándose del eterno símbolo de esa Cruz, lograráse el sentido mas sublime de amistad.

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